El tabú del dinero: cuando hablar de dinero es incómodo

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Por Marcela Perticará, Directora del Departamento de Economía y Nicolás Hardy, profesor investigador de la Facultad de Administración y Economía de la Universidad Diego Portales 

¿Por qué hablar de dinero nos da tanto pudor? Imagínate esto: tu vecino te pide ayuda para cambiar un neumático un sábado. En el Escenario A, lo ayudas, te invita a un café, y ambos quedan contentos. Pero en el Escenario B, después de todo, el tipo saca la billetera y te ofrece 5 mil pesos diciendo «gracias por tu ayuda». ¿Cómo te sentirías? Probablemente incómodo, ¿verdad?

Dan Ariely usa este ejemplo para mostrar algo fascinante: operamos en dos mundos que pueden ser ortogonales. Por un lado, están las normas sociales (ayudar al vecino, cuidar los niños de un amigo, mover un sillón), que son cálidas, no requieren reciprocidad inmediata y generan vínculos duraderos. Por el otro, las normas de mercado (salarios, precios, intereses), que son transaccionales y requieren pagos inmediatos.

El problema es que cuando el dinero entra en escena, las normas sociales desaparecen. Como dice Ariely: «cuando una norma social colisiona con una norma de mercado, la social desaparece por mucho tiempo. Las relaciones sociales no son fáciles de restablecer.» Los datos lo confirman. Por ejemplo, los estadounidenses consideran el dinero más tabú que sus opiniones políticas, religiosas o incluso que revelar su peso corporal. ¡Literalmente prefieren confesar cuánto pesan antes que decir cuánto ganan!

Los experimentos de Ariely en el MIT son reveladores. Pidió a estudiantes hacer una tarea muy aburrida (arrastrar círculos en una pantalla por 5 minutos) y los dividió en tres grupos: Grupo 1 (pago alto de $5): arrastraron 159 círculos; Grupo 2 (pago bajo de 50 centavos): solo 101 círculos; Grupo 3 (sin pago, «favor para la ciencia»): ¡arrastraron 168 círculos! El grupo que no recibió nada superó incluso al mejor pagado. Esto destroza la visión tradicional del «agente racional» y muestra que las normas sociales pueden ser más poderosas que los incentivos monetarios. 

Otro sesgo brutal es la evitación bajo estrés. Un estudio encontró que las personas con deudas significativas tardan 40% más en abrir correos de sus bancos y evitan activamente revisar información financiera relevante, incluso cuando eso les genera costos adicionales. Es como el avestruz que mete la cabeza en la arena, pero con consecuencias económicas reales.

Así también, el tabú del dinero está íntimamente ligado a cómo nos vemos a nosotros mismos. La vergüenza financiera es particularmente destructiva. Estudios con más de 9.000 participantes muestran un «espiral vicioso»: la vergüenza lleva a comportamientos de evitación, que resultan en decisiones contraproducentes y más dificultades económicas. 

Las consecuencias concretas del silencio financiero son escalofriantes. Hay estudios que muestran que Estados Unidos pierde aproximadamente $436 mil millones anuales debido a decisiones financieras deficientes, muchas evitables con mejor comunicación sobre dinero.

Para romper el tabú, en la familia, una práctica útil es normalizar “rituales financieros”: reuniones periódicas para hablar de presupuesto, deudas o metas, sin juicios personales. Eso socializa a los hijos en un diálogo saludable sobre dinero. Es más, incluso el reportar a nuestros hijos que tomamos una mala decisión y mostrar qué vamos a hacer para resolver la situación, puede ser educativo y reforzar la importancia de enfrentar los problemas. 

En el trabajo, publicar rangos salariales en las ofertas o reportar brechas de género ayuda a reducir desigualdades. Pero es importante acompañar la transparencia con criterios claros de progresión, porque revelar sueldos sin contexto puede bajar la satisfacción laboral. 

En la educación, la clave es integrar la alfabetización financiera en la currícula, pero con aplicaciones reales: simulaciones de negociación, ejercicios de interés compuesto, lectura de contratos. La literatura es clara, quienes desarrollan competencias financieras toman mejores decisiones de ahorro y gasto. 

Vivimos en una paradoja donde necesitamos hablar más de dinero, pero cada vez que lo monetizamos o formalizamos demasiado, podemos destruir precisamente las normas sociales que queremos preservar. El desafío está en encontrar formas de abrir estas conversaciones sin transformar cada intercambio en una transacción comercial fría.

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