El factor moonshot en el futuro del dinero y la innovación de impacto

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Por Rodrigo Villar, emprendedor social y Socio Fundador de New Ventures

La innovación disruptiva parte de la postura de encontrar el “cómo sí”, aun cuando pueda parecer insensato para la sabiduría convencional en un momento dado, opina Rodrigo Villar.

Decíamos que el famoso matemático y analista de riesgos Nassim Taleb considera al bitcoin como una locura financiera que va directo al precipicio. Acaba de tuitear que es como una enfermedad contagiosa para tontos.

Sin embargo, en el extremo opuesto, una década antes de que Satoshi Nakamoto –quienquiera que sea– generara el código fuente de esta criptomoneda y lo legara “a la comunidad” para su desarrollo abierto, uno de los economistas más influyentes en lo que atañe a la historia y la teoría del dinero esbozó como gran promesa algo muy parecido a lo que hoy estamos viendo.

Más allá de su perfil como polémico ideólogo y activista del libre mercado, Milton Friedman, Premio Nobel de Economía en 1976, fue uno los pensadores económicos más importantes de todos los tiempos, como afirma Paul Krugman, otro Premio Nobel (2008), a pesar de que es un crítico frontal de buena parte de las ideas del gurú del monetarismo.

En 1999, siete años antes de fallecer, dijo lo siguiente: “Internet será una de las principales fuerzas para reducir el papel del gobierno. Lo único que falta, pero que pronto se desarrollará, es un efectivo electrónico confiable: un método mediante el cual en Internet puedas transferir fondos de A a B, sin que A conozca a B o que B conozca a A: de la misma forma en que puedo tomar un billete de 20 dólares y entregártelo, y no hay registro de su procedencia”.

En YouTube hay un video maravilloso del colectivo de comediantes de Australia The Cameralla sobre el dilema de las criptomonedas. Un mercader del 698 AC no se deja convencer por un cliente que quiere pagarle unas pieles de rata con una pepita de oro –“la moneda del futuro”, dice–, en lugar de con un pollo.

No importan las razones que se le dan: maleabilidad, valor como recurso finito, potencial de librar al mundo al monopolio de “los grandes bancos de pollos”. Si no puedo comerla o usarla como leña, “regresa cuando sea el futuro”. Dos mil 300 años después, el grupo de comediantes de Melbourne acepta donaciones en bitcoin, Ethereum, Litecoin y Dogecoin .

Viene a la mente el legendario rechazo a la máquina xerográfica por una veintena de compañías en los años 40: “¿Quién diablos quiere copiar un documento en papel normal?”. Disruptor League, asociación que se asume en la misión de acompañar a “una comunidad global de disruptores e innovadores mientras hacen estallar el status quo”, registra múltiples historias de este tipo.

Por ejemplo, un memorándum de Western Union de 1876 en el que se descartaba que el teléfono pudiera ser considerado seriamente como un medio de comunicación o la declaración de un importante parlamentario británico en el sentido de que el automóvil jamás afectaría las monturas de caballos.

Precisamente, la innovación disruptiva parte de la postura de encontrar el “cómo sí”, aun cuando pueda parecer insensato para la sabiduría convencional en un momento dado. Como Friedman y su utopía (por entonces) del dinero electrónico o ese promotor pionero del oro. Lo contrario a quien se concentra en buscar razones de “por qué no se puede”, como el mercader de pieles de rata o la gente de Atari que no tomó en serio la visión de la computadora personal de un joven Steve Jobs.

De acuerdo con el diccionario Macmillan, el pensamiento moonshot “motiva a equipos para pensar en grande enmarcando los problemas como solucionables y fomentando diálogos de ‘todo es posible’ sobre cómo resolver el desafío”.

Ese disparo de Luna es el que, en el caso de las criptomonedas, lleva a tomarse en serio preguntas como si es concebible la desintermediación del dinero y la tecnología puede sustituir funciones de instituciones financieras y aun de gobiernos, las bases del dinero fiduciario como lo conocemos.

A lo que sigue otra actitud característica del disruptor: si puede ser conceptuado y hace sentido, como en este caso las finanzas descentralizadas (DeFi) y la economía de intercambios directos P2P y B2B, y ya es técnicamente factible, ¿para qué esperar?

Una vez dado ese primer paso para ver fuera de la caja, la disrupción puede expandirse y diversificarse exponencialmente. De los automóviles a los suburbios y los centros comerciales; del Internet al blockchain, la Web 3.0 y el futuro del dinero, los contratos y quién sabe cuántas cosas más.

La disrupción crea salidas en callejones sin salida, y al abrir nuevos caminos, renueva y reproduce el ciclo de la innovación. Por eso puede entenderse por qué una empresa de análisis de datos de blockchain con 16 empleados, la noruega Dune Analytics, acaba de alcanzar una valoración de unicornio de 1,000 millones de dólares a cuatro años de su fundación. No por un contagio de tontos, sino por la proliferación cadenas de bloques: Ethereum, Polygon, Optimism, Binance Smart Chain, xDAI y las que se sumen.

Hay que facilitar los ciclos de disrupción y ese tipo de historias en nuestros países. Si el disparo a la Luna hace sentido para las criptomonedas, más aún puede hacerlo en una región que, más que líderes carismáticos, que insisten en los mismos callejones sin salida, necesita innovadores que abran nuevos caminos.

Estimular la colaboración motivada para generar cambios sistémicos. Hacer del emprendimiento innovador una constante, no la excepción. Detonar capital catalítico para cerrar brechas de fondeo. Encontrar los “cómo sí” en esta época de incertidumbre, ansiedad y frustraciones, a pesar de que quizá nunca antes hubo tantas oportunidades de pensar y hacer cosas que parecían imposibles. Efectivamente, como el dinero digital y sin intermediarios.

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