Inteligencia real para la inteligencia artificial

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Fuente: www.latercera.com

La velocidad y amplitud con que las nuevas tecnologías han penetrado y seguirán impactando nuestro quehacer es, estas alturas del siglo XXI, un dato. En el seno de esta revolución está el procesamiento de datos masivos y el avance de la Inteligencia Artificial (IA) que se nutre de ellos. Este vertiginoso cambio conlleva enormes beneficios. Pero también desafíos y amenazas, siendo el efecto en el empleo uno de los de mayor preocupación. Navegar adecuadamente la era de la IA requiere de mucha inteligencia real, que no es sino la capacidad de adaptarse a un entorno aceleradamente cambiante. Varios son los desafíos.

El primero es entender que, en este proceso, como en todo cambio disruptivo, habrá ganadores, pero también perdedores de corto plazo, incluyendo a trabajadores cuyas ocupaciones serán reemplazadas por máquinas. Lejos del diagnóstico catastrofista, es cierto que emergerán nuevas ocupaciones que probablemente más que compensarán la destrucción de empleos. Sin embargo, estas requerirán de nuevas competencias. Así, un desafío fundamental de corto plazo es avanzar en un gran acuerdo trabajadores-empresarios-gobierno que aborde con mirada estratégica el desafío de reconvertir, mediante la capacitación y el apoyo desde la política pública, a trabajadores cuyas competencias arriesgan quedar obsoletas.

Pero esto es solo la punta del iceberg. Neuronalmente la capacidad de adaptación y reconversión a edad adulta es mucho más difícil de lograr que en edades más tempranas. Así, el segundo gran desafío es educar, desde la escuela hasta la educación superior, en competencias para el siglo XXI. Esto implica formar habilidades adaptativas exigentes para reinventarse continuamente en lugar de engullir técnicas específicas expuestas a la caducidad o una enseñanza basada en la simple memorización de información sobre la que no tenemos ventaja frente a la IA.

A nivel escolar, la Asociación Nacional de Educación de EE.UU., identifica cuatro habilidades clave para el siglo XXI: pensamiento crítico, comunicación, colaboración y creatividad, áreas todas en las que sí tenemos ventaja comparada frente a la IA. Y en el ámbito universitario, la formación clásica en artes liberales (humanidades) tiene -vaya paradoja- un rol central en la educación del futuro. No solo al promover el pensamiento crítico y otras habilidades como las ya señaladas. También en tanto subraya el valor y dignidad de la persona y el cultivo de virtudes morales fundamentales para abordar la serie de dilemas éticos que la revolución tecnológica acarrea.

Finalmente, si de adaptación -o sea, de inteligencia- se trata, un tercer gran desafío es el de flexibilizar nuestra regulación laboral. No por capricho ideológico, sino porque la sustitución de trabajo por capital es y será más fácil que nunca. Si el paradigma tradicional era que se necesitaba un trabajador para operar una máquina, en el siglo XXI esa máquina se auto-opera. Las rigideces y el voluntarismo en materia regulatoria solo pueden terminar exacerbando los riesgos para el empleo. Tomar conciencia de estos riesgos, particularmente a nivel de trabajadores y sindicatos, facilitaría encontrar consensos en pos de un necesario e inteligente acuerdo nacional en esta materia.

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