El amanecer de la inteligencia artificial

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Fuente: La Tercera

El concepto de inteligencia artificial (IA) viene dando vueltas hace varias décadas, pero ha sido en los últimos dos años que la conversación en torno a él se ha vuelto seria y urgente. Ya no es material sólo de ciencia ficción y se ha convertido en un asunto que le quita el sueño a algunas de las mentes más geniales de estos tiempos, desde Stephen Hawking a Elon Musk.

Aunque para apreciar sus efectos no hay que ser una mente brillante. Su aplicación práctica en cuestiones de la vida diaria —también reciente— es algo que cualquiera puede notar. De pronto, Facebook reconoce los rostros de las imágenes que subimos. El servicio de fotos de Google organiza él solo las imágenes, y su traductor funciona mejor que nunca. Asistentes personales como Siri, de Apple, se han vuelto mucho más competentes. Y una nueva generación de dispositivos que controlan un hogar entero, como Amazon Echo o Google Home, son los gadgets de moda.

Los autos que se manejan solos ya son una realidad, y pocos cuestionan a Elon Musk, dueño de Tesla Motors, en su aseveración de que dentro de poco lo raro será ver vehículos no autónomos. También se han vuelto habituales increíbles avances en robótica, desde equipos que ya realizan muchas labores humanas hasta prótesis para las personas que, al revés del cuerpo humano, van mejorando su funcionamiento con el uso y con el tiempo.

¿Por qué ahora? Lo que está detrás de la mayoría de estos avances se conoce como deep learning, concepto clave para entender el verdadero potencial de la IA y por qué es sólo cuestión de décadas para que transforme al mundo. En simple, el deep learning es una rama de la IA dedicada a simular las redes neuronales del cerebro humano con el fin de que los computadores aprendan por sí mismos. Deep Blue, el robusto computador de IBM que en los 90 logró vencer al campeón de ajedrez Gary Kasparov, funcionaba probando cada una de las posibles opciones para cada movimiento. En cambio, AlphaGo, el programa desarrollado por la empresa londinense DeepMind que meses atrás venció al mejor jugador de Go (un milenario juego chino que la computación no podía descifrar), usa el equivalente a la intuición humana.

Al igual que muchos progresos tecnológicos recientes, a AlphaGo nadie le enseñó un conocimiento en particular. Se le programó con algoritmos que emulan las redes neuronales y que le permiten aprender mirando a otros y de su propia experiencia. Bajo este sistema, los programas se entrenan de un modo similar a como los seres humanos adquirimos conocimientos cuando muy niños. No de un modo lógico, sino que a través de la experiencia y la intuición.

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El deep learning, que muchos descartaron décadas atrás en pos de enfoques más lógicos, hoy tiene a los grandes gigantes tecnológicos apostando muchas de sus fichas en la IA. Google, Facebook, Amazon, IBM y Baidu (los líderes en la materia) se pelean hoy a los mejores investigadores de las universidades y compran compañías pequeñas para no quedarse atrás. Sergey Brin, cofundador de Google, reconoció días atrás en Davos, sede de la reunión del Foro Económico Mundial, dos cosas: una, que en su minuto fue de los que creyeron que las redes neuronales no funcionarían, y dos, que hoy este desarrollo toca cada uno de los proyectos de la empresa. “Sus posibilidades son increíbles”, aseguró.

Jay McClelland, director del Centre for Mind, Brain and Computation de la Universidad de Stanford, celebra este punto de inflexión. “Las búsquedas de documentos dependen ahora del deep learning. Aplicaciones como Alexa y Siri dependen críticamente de él, y todas las recomendaciones que obtienes para escuchar música y muchas otras cosas también aplican el concepto”, cuenta. McClelland cree que es difícil hacer pronósticos, pero gracias a este desarrollo piensa que asistentes como Siri podrían tener sentido común y memoria de conversaciones pasadas de aquí a una década.

En el despegue del deep learning son claves otros factores. Ansaf Salleb-Aouissi, profesora de IA en la Universidad de Columbia, asegura que esta técnica ha ayudado significativamente a empujar el límite de la inteligencia artificial, pero se explaya en los otros elementos que emergen ahora: “Avances en ingeniería informática han conducido a computadoras más potentes, que pueden equiparse con una amplia gama de sensores (como los de los autos que se conducen solos). Más personas de diversas disciplinas están contribuyendo a la IA, lo que hace que el campo sea más rico al reunir diferentes perspectivas. Y por último, la disponibilidad de grandes conjuntos de datos y la capacidad de gestionar y analizar esta información constituyen la piedra angular en el presente y en el futuro de la IA”.

Lo último es lo que se conoce como big data. Es crucial para —por ejemplo— entrenar usando millones y millones de imágenes a programas que requieren “ver” o desarrollar lo que se conoce como visión artificial, uno de los campos potencialmente más revolucionarios de la IA. Su meta es que las máquinas no sólo vean, sino que entiendan con detalle lo que observan.

Pero el valor del deep learning no sólo radica en que está realizando mejor y con mayor efectividad tareas que otras ramas de la IA tardaban mucho en alcanzar. Hay otro efecto incluso más revolucionario: que potencialmente sus programas pueden desarrollar inteligencia artificial general o “strong AI”, máquinas que no sólo se dedican a una tarea particular, como los autos que se manejan solos, sino que pueden aprender lo que sea. Como los seres humanos.

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El lado oscuro
Aunque dentro de las ciencias de la computación varios han advertido de los gigantescos riesgos de la IA, partiendo por quien es considerado el padre de este campo, Alan Turing (en 1951 dijo que no tardaría mucho en que las máquinas superasen a los humanos y quisieran tomar el control), lo interesante es que hoy es gente del mundo de las humanidades o las ciencias sociales la que más insiste en ello.

Nick Bostrom, filósofo sueco y profesor de Oxford, es de las autoridades más escuchadas respecto a los peligros de la IA y cómo la creación de máquinas más inteligentes que nosotros cambiará el curso de la humanidad. Su libro Superinteligencia (2014) fue muy aplaudido y convenció a los incrédulos de “la singularidad”, como se le dice al momento en que haya máquinas de una inteligencia general superior a la de los humanos (él estima que esto ocurrirá alrededor del 2050). La portada de Superinteligencia es un búho, una figura que simboliza bien este temor. En el libro cuenta que los humanos con la IA tenemos un desafío equivalente al de una pareja de gorriones que adopta a un búho pequeño. La pareja corre el riesgo de que en el futuro este pájaro (carnívoro) se vuelva contra ellos.

Los temores con la IA se prestan para todo tipo de especulaciones. Algunas caricaturescas, como la imagen de robots maltratando deliberadamente a humanos, pero en la comunidad de interesados en la IA se usan ejemplos más atendibles. Como que una máquina superinteligente pueda hacer daño simplemente por estar mal programada o que escape al control humano.

Un año después de su libro, Bostrom fue uno de los firmantes, junto a Stephen Hawking, Elon Musk y muchos expertos, de “Prioridades de investigación para la inteligencia Artificial robusta y beneficiosa”, una carta abierta donde se llama a desarrollar la IA de manera responsable. De paso, se sugiere que el poder de la IA es tal que podría ayudar a erradicar enfermedades y la pobreza.

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Actualmente, de las diversas implicancias de la IA habla incluso gente que nunca había mostrado interés en el tema, como el científico cognitivo y lingüista Steven Pinker (Harvard), quien tiene una teoría singular: desestima una IA destructiva y cree que ésta es sólo una proyección de mentalidad de macho alfa. O el sicólogo Paul Bloom (Yale), que ha analizado la serie Westworld (ver recuadro) y la empatía que los humanos pueden desarrollar por robots. O el experto en derecho y bioética, I. Glenn Cohen (Harvard), quien ya habla de que hay que abrirse a la posibilidad de que los futuros humanoides tengan derechos.

Otros se han volcado por completo al tema. Uno de los casos más notables es el del historiador israelí Yuval Noah Harari, célebre por su libro Sapiens, donde cuenta cómo es que una especie insignificante de primates llegó a dominar el planeta entero. Su continuación es Homo Deus, que mira al futuro y postula una revolución sin precedentes, en gran parte gatillada por la IA.

Entre sus radicales postulados están que el humanismo será reemplazado por el “dataísmo”, nuevo paradigma que unifica las ramas del conocimiento. Que los humanos perderán su utilidad económica y militar. Que el sistema seguirá encontrando valor en el colectivo, pero sólo en algunos individuos, una élite de superhumanos mejorados por la tecnología. O que la tecnología nos acercará a la inmortalidad. Y que todo ello ocurrirá en este siglo.

Harari dice que las preguntas más interesantes no son las técnicas, sino que las políticas, económicas y filosóficas, ya que permiten darle sentido a la revolución tecnológica. Para él, el mayor riesgo de la IA es que haga a los humanos redundantes, inservibles. Es muy probable que la IA cree una clase inútil de cientos de miles de personas expulsadas del mercado del trabajo, escribe en su libro, porque no habrá nada que puedan hacer mejor que las máquinas. Y eso cubre un amplio espectro de trabajos, desde manejar hasta hacer diagnósticos médicos.

Para Jay McClelland es correcto preocuparse del reemplazo del trabajo humano. “Hace poco tuve una conversación con un gerente de Programas de Inteligencia Artificial en IBM cuya idea es que algún día todos podremos ir de vacaciones permanentes. Incluso los periodistas y profesores serán reemplazados por agentes artificiales que escriben artículos y que enseñan. ¿Todos deseamos estar de vacaciones permanentes?”. Lo duda: “Tener un propósito es importante para mí y para la mayoría de la gente”.

Desde luego, hay escépticos de algunas de estas ideas, pero en la comunidad científica son cada vez más los convencidos de que sólo es cuestión de tiempo para que muchas sucedan. Hace semanas se realizó en Asilomar, California, una conferencia con los mayores expertos en IA. ¿Es posible la creación de superinteligencia?, se les preguntó en un panel. Todos respondieron que sí.

Jack Clark, director de estrategia y comunicaciones de OpenAI (una organización financiada por Elon Musk con el objeto de promover el desarrollo seguro y amigable de la IA) tiene un mensaje para quienes son escépticos. “Nunca apuestes contra la tecnología. Si en los 70 apostabas en contra de que las computadoras serían importantes, en los 80 se habría probado que estabas absolutamente equivocado”.

Harari siempre apuesta a favor. Aunque su relato está guiado por ideas abstractas, como que pronto la tecnología nos conocerá mejor que nosotros mismos, se detiene en cada detalle de esta revolución. En el caso los vehículos autónomos (de los que hoy algunos debaten respecto a qué harán en escenarios complejos), sostiene que no sólo nos trasladarán más rápido, seguro y barato, sino que brindarán la posibilidad de hacer los accidentes virtualmente imposibles si es que los conectamos entre sí.

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Grandes soluciones
Aunque puede dar la impresión de tratarse únicamente sobre gadgets o de fantasías y miedos del primer mundo, lo cierto es que el poder de la IA va mucho más allá. Cada vez se habla más de que los programas inteligentes nos ayudarán eventualmente a combatir grandes problemas.

Stefan Ermon es uno de los investigadores de la Universidad de Stanford que lidera Predicting Poverty, un proyecto que utiliza IA para identificar en detalle las zonas del mundo donde hay más pobreza y cuáles son sus necesidades más urgentes. “Ya hemos iniciado una colaboración con el Banco Mundial y les hemos proporcionado estimaciones y mapas generados por nuestro modelo”, explica.

“La IA pronto abordará importantes problemas sociales”, asegura Ansaf Salleb-Aouissi. “En salud, analizará los resultados clínicos y los combinará con el expediente médico del paciente y sus datos genéticos para personalizar las opciones de tratamiento. Los robots inteligentes tendrán muchos usos, desde ayudar a las personas con discapacidades a lograr que los ancianos permanezcan seguros en sus hogares. Casi todos los demás campos —educación, leyes, fabricación de materiales— se verán afectados”. La clave está en la cooperación, dice. “Cuando hay equipos interdisciplinarios trabajando juntos, no creo que haya ningún límite a lo que puedan lograr”.

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En el cine y la TV
Icónicas películas de la historia del cine tratan —de una forma u otra — sobre la inteligencia artificial, como Metrópolis (1927), 2001: Odisea del espacio (1968), Blade Runner (1982), Terminator (1982) o Matrix (1999). Pero en los últimos años este subgénero ha acumulado una gran cantidad de producciones que se relacionan más estrechamente con la tecnología contemporánea y sus horizontes. Her (2013) dio mucho que hablar por imaginar cuál sería la evolución de los asistentes personales inteligentes (como Siri), con una voz-asesora no sólo muy competente, sino que emocional, lo que hacía que el protagonista se enamorara de ella.

Otra que impresionó —y sigue dando mucho que hablar en la comunidad de aficionados a la inteligencia artificial— es Ex Machina (2015). Cuenta la historia de un joven programador de Sillicon Valley que es invitado a testear un robot de IA que el CEO de su empresa desarrolla secretamente en su casa. Se trata de un robot femenino llamado Ava, que además de inteligente es capaz de programarse a sí mismo y mejorar. En Ex Machina se ven aplicados muchos de los concepto en boga: deep learning, big data y la temida singularidad tecnológica. “Es excelente en su género”, cuenta Stuart Russell, de la Universidad de Berkeley, y coautor de Artificial Intelligence. A modern approach. “Muestra la dificultad de hacer robots superinteligentes, especialmente si están diseñados de manera imperfecta, con objetivos no específicos e impredecibles”.

El tema ha llegado con fuerza también a la TV. HBO ha hecho una apuesta importante con Westworld. La serie, ambientada en un futuro cercano, trata sobre un parque temático que simula con exactitud un pueblo del lejano oeste y a sus habitantes, robots idénticos a los humanos. Los humanos pagan por instalarse ahí varios días y lo hacen por diversión y sadismo (muchos van a matar a destajo), aunque otros comienzan a empatizar con los humanoides y a preguntarse si acaso sufrirán o tendrán conciencia, mismas interrogantes que surgen en el espectador.

La inglesa Humans, de Channel 4, imagina un mundo muy similar al actual, pero donde las familias y las personas usan avanzados robots como sirvientes y ayudantes para numerosas tareas. Son tan parecidos a los humanos, que la amenaza de rebelión es latente. Es una de las favoritas de Stuart Russell. “Abarca muchas de las cuestiones de impacto social de los robots muy inteligentes, incluyendo las consecuencias para el empleo y la motivación de los humanos”, comenta. Está basada en la aclamada serie sueca Real Humans y ya tiene tres temporadas.

En Chile
Pablo Estévez, profesor del Departamento de Ingeniería Eléctrica de la Universidad de Chile y presidente de la IEEE Computational Intelligence Society, dice que hace tiempo se desarrollan varias iniciativas con IA a nivel local, en sintonía con la revolución que se experimenta el mundo. “Nosotros trabajamos en el tema de big data en astronomía usando técnicas de deep learning que procesamos en nuestro laboratorio, es decir estamos en la punta de la tecnología. Procesamos millones de imágenes para encontrar en tiempo real la explosión de supernovas. Otros investigadores trabajan en robótica. Por ejemplo, el equipo de fútbol robótico de Chile ha salido dos veces cuarto en el mundial de esa rama”, añade.

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